Llegó la primavera y con ella las dietas de moda, internet y las redes sociales se llenan de avisos que te prometen perder esos kilos de más en tiempo record; tu vecina te recomienda la dieta que hace la amiga y, a pesar de conocer el final de la historia, lo volvés a intentar. Empezás una dieta, bajás de peso y al tiempo lo volvés a subir. Te frustrás, pero volvés a empezar y te vuelve a pasar, y así se repite la historia una y otra vez.
Llamamos dieta a la composición, la frecuencia y la cantidad de comida y bebidas que constituye la alimentación de un individuo, sin embargo, también damos otro significado a la palabra, y cuando escuchamos “dieta” inmediatamente pensamos en restricciones, prohibiciones, hambre y sacrificio.
Para identificar una típica dieta restrictiva, podemos observar características comunes, como ser muy bajas en calorías, son las que te indican qué comer cada día, con menús específicos. Son universales, despersonalizadas, se proponen para todo tipo de público y suelen prohibir uno o más alimentos o grupos de alimentos, con un único objetivo: prometen perder peso rápidamente y sin esfuerzo, lo que las hace más atractivas.
¿Realmente funcionan?
Las dietas se basan en grandes restricciones calóricas, que pueden producir una pérdida de peso, pero que es a corto plazo, porque se hacen insostenibles en el tiempo. Tan pronto como dejamos de cumplir la “dieta”, volvemos a ganar peso, a veces de forma paulatina, en otras ocasiones muy rápidamente, pero siempre recuperamos el peso perdido o incluso ganamos algunos kilos más (el famoso efecto rebote), lo que genera un sentimiento de fracaso, culpa y efectos negativos en la salud al tener periodos de aumento y pérdida de peso constantes.
Las dietas no funcionan, está comprobado científicamente, y las razones son varias, no solo porque se recupera el peso perdido sino que la falta de calorías produce alteraciones metabólicas, ante las cuales el organismo, inteligentemente, reacciona protegiéndose.
El cuerpo requiere una cantidad de energía mínima para su funcionamiento, cuando esta cantidad no se obtiene de los alimentos, registra una situación de alerta y se produce una cascada de adaptaciones. Como en estas dietas se come tan poco, hay pocas calorías a disposición, lo que provoca que se desregulen todos los circuitos relacionados al hambre y la saciedad. El cuerpo responde, entonces, aumentando la grelina u hormona del hambre y disminuyendo la leptina u hormona de la saciedad, lo que genera mayor sensación de hambre, para recordarnos que nos faltan alimentos, y disminuyendo la saciedad.
Si hay menos energía disponible, el cuerpo se pone en función de control para reservar energía y se activa un “modo ahorro”, que reduce el gasto
metabólico basal; es decir, gasta menos calorías para cumplir con sus funciones básicas vitales como dormir, respirar o hacer la digestión. Después de terminar la dieta, esos índices metabólicos también demoran para retornar a los valores normales, por eso se aumenta más peso del que se tenía al inicio y, al mismo tiempo, se presenta dificultad para bajar de peso porque disminuyó el gasto energético del cuerpo. A medida que va pasando el tiempo, por este motivo, se necesita realizar dietas más estrictas para ver resultados; el cuerpo responde peor en cada nuevo ‘intento’, siendo más lento para perder peso y más rápido para ganarlo, entendiendo por tanto, que aunque sea una dieta restrictiva es un factor de riesgo para el sobrepeso y la obesidad.
Al ser alternativas estrictas, resultan nutricionalmente deficitarias ya que prohíben alimentos necesarios para el correcto funcionamiento del cuerpo y pueden incrementar el riesgo de sufrir carencias nutricionales.
Otra respuesta del cuerpo a tanta restricción es el descontrol alimentario, un mayor deseo de consumir los alimentos restringidos o prohibidos y darse atracones. Al poco tiempo, se rinde en la necesidad física de comer y se lo hace en exceso debido a la deficiencia calórica arrastrada, lo que produce un efecto totalmente opuesto al que se busca.
Los cambios físicos no son los únicos que sufren alteraciones, la parte emocional también se encuentra afectada, especialmente en cuanto a los comportamientos y sentimientos ligados a la comida.
Así, te alejan de tu vida social, ya que el cumplir con pautas estrictas que limitan ciertos grupos de alimentos puede constituirse en una dificultad a la hora de relacionarnos, puesto que muchas actividades y celebraciones se desarrollan alrededor de una mesa.
Por otra parte, al ser tan restrictivas generan ansiedad que lleva a un descontrol alimentario, que puede ser un disparador del desarrollo de trastornos del comportamiento alimentario.
Afectan los neurotransmisores que regulan el ánimo, el placer, la motivación y el sueño, generando desgano, cansancio, mal humor e irritabilidad.
Al ser tan estrictas, también pueden generar obsesión con los alimentos prohibidos, que acarrea culpa y miedo al consumirlos.
Y, conviene insistir, al llevar a cabo este tipo de dietas se produce un ciclo reiterado de pérdida de peso seguida de un posterior efecto rebote, lo que provoca sentimientos de frustración, depresión y ansiedad ¡Todo esto enferma nuestra relación con la comida!
¿Por qué seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes?
Mientras que la dieta es una conducta que llevamos durante cierto tiempo, siempre tiene una fecha de caducidad. La recomendación es evitar las dietas que tienen un principio y un fin ya que no existen las soluciones mágicas, sino que debe darse un cambio de hábitos que podamos sostener en el tiempo.
El cambio de hábitos de alimentación consiste en adquirir educación nutricional que nos permita aprender a comer de forma variada, completa, equilibrada y adecuada a cada individuo, mejorando la relación con la comida y esto se hace de manera paulatina, poco a poco.
El peso no debe ser el objetivo principal del tratamiento, es solo una de las consecuencias de los cambios que se van logrando. La alimentación no es solo bajar de peso sino que también es sentirse y encontrarse bien con uno mismo, con más energía y con buen estado de ánimo. Hay que enfocarse en el proceso de cambio, no solo en el resultado
Entonces, las dietas son innecesarias, no son permanentes y constituyen una estrategia inútil cuando se busca mantener los resultados a largo plazo, así que, no inicies una dieta que empieza y termina, más bien comenzá un plan de alimentación saludable para toda la vida.
María Gabriela Lloret es licenciada en Nutrición por la Universidad de Buenos Aires, con posgrado universitario en Obesidad en la Universidad Favaloro.
Instagram @nutriciongall
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